Dentro de unas horas estaré por los madriles, cogiendo el tubo en Barajas hacia Costa Rica, al barrio de mi niñez. ¡Qué lejos quedará la calma de Mallorca en cuanto asome la cabeza, saliendo de la boca del metro, a la ancha avenida de Príncipe de Vergara! Cada vez que salgo del tubo, recién llegada a la ciudad, tengo la sensación de que salgo de un enorme útero subterráneo, es como si los túneles inacabables que atraviesan Madrid me parieran en un medio, que a pesar de conocido, me sorprende una y otra vez con su inagotable tráfico, con sus cientos de viandantes (aquí en el pueblo apenas se ve gente por la calle), con su trasiego, sus olores y sus ruidos. Y quedo siempre durante unos minutos un tanto perturbada, hasta que, según voy caminando, me voy uniendo, sin darme cuenta, al paisaje de Madrid, pasando a formar parte de él. Para el sábado ya tengo superplan, concierto en la Sala Live de los "Nashville Pussy" y de "Supersuckers". Voy, no sin ciertos reparos, ya que temo que el concierto me altere las neuronas que están tan acostumbradas al silencio del campo, no sé si seré capaz de soportar la carga de decibelios. El domingo aterrizaré otra vez entre los molinos que rodean Son Sant Joan, y qué maravilloso espectáculo el que se contempla desde el cielo, según comienza a descender el avión sobre Mallorca. El mar cada vez más cerca, el verde intenso de la Sierra de Tramontana, los campos, en el centro de la isla, perfectamente recortados y trabajados por los campesinos...y finalmente justo antes de tocar tierra, se va adentrando uno en un valle de huertos con cultivos y albercas y molinos, cientos de molinos, de brazos abiertos, que te reciben.
El profesor titular de sociología en la Universidad de Sevilla, Gerhard Steingress (Salzburg, 1947) , ha llevado a cabo unos interesantes estudios sobre el flamenco. Ahondando en las raices del flamenco, este profesor ha encontrado ciertos vínculos que relacionan el flamenco con la música rebétika de Grecia. No nos ha de resultar extraño que en ocasiones el Rebétiko nos recuerde a los aires flamencos, pues además de determinadas características compartidas, trasfondo socio-cultural, ambos comparten rasgos de la música griega antigua y del posterior canto litúrgico bizantino. Este señor ha demostrado su parentesco socio-cultural y musical mediante un elaborado trabajo. No tengo nada que objetar al respecto, además, donde hay patrón, no manda marinero y este señor ha llevado a cabo una profunda e interesante investigación.
Yo, basándome en el oído, he encontrado una gran similitud entre la música griega y la música mallorquina. A lo mejor se trata de algo subjetivo,(una madrileña que flipa) aunque mi oído no suele traicionarme.
Dejo, para que lo juzguéis vosotros mismos, un par de piezas musicales. La primera, Jota de Petra, con la letra en griego, podría a mi juicio pasar por música griega... la segunda, Kato sta lemonadika, si la pusiéramos en unas fiestas populares mallorquinas, los mallorquines no dudarían, estoy segura, en saber cómo bailarla...saltaríen "tot una de banda a banda" como si la hubieran bailado siempre.
Juzgaz vosotros mismos....Sobre todo esta pieza que particularmente, me encanta
(The World Trade Center Tapestry, obra que quedó destruida en los atentados del 11 de Septiembre 2001)
Miró es uno de esos artistas de obra y vida tan extensas que para acercarme a él, con los honores que se merece, necesitaría hacer un estudio profundo del surrealismo, del abstracto, y de la multitud de técnicas que utilizó, pasando por el collage, sin olvidar las cerámicas, ni los tapices... necesitaría seguir sus pasos uno a uno, sin saltarme ninguna etapa de su vida, sin excluir ninguna de sus obras, tratando de averiguar lo que representaron para él. Hacer justicia a un artista como este, y como los que invoco desde esta página, es una pretensión inalcanzable para mí.
En un intento que raya casi en lo sacrílego, quiero atraerle hoy hasta mi página, cargada de ese amor al arte con mayúsculas que profeso, y cargada de ese amor a todo lo mediterráneo. Una copa de cava catalán para ayudarme en estos trances...va por ti, Miró. Salut i força, genio del color y de lo abstracto y perdona mis torpes intenciones.
Son Abrines, junto a Cala Major (Palma), fue la residencia definitiva de Joan Miró i Ferrà (Barcelona, 1893 - Palma, 1983) desde el año 1956 hasta su muerte. El artista y su esposa, Pilar Juncosa i Iglesias (Palma, 1904-1995), llegaron a Mallorca huyendo de la entrada de las tropas alemanas en París. Miró, hijo de catalán y mallorquina, veraneaba en la isla desde su infancia y es aquí donde hizo realidad su sueño de tener una casa y un taller para trabajar con tranquilidad y libertad. El arquitecto Josep Lluís Sert, amigo del artista, proyectó lo que se conoce como el Taller Sert. Aquí fue donde Miró, en plena madurez artística, produjo telas de grandes dimensiones, como las dedicadas a sus nietos, el tríptico "Bleu, I, II, III", o el mural que hoy se encuentra expuesto en el Museum of Modern Art de Nueva York. La visita al Taller Sert permite introducirse en el mundo creativo del artista, formado por telas, pinturas, pinceles y otros objetos que coleccionaba.
(Estudio de Miró en Mallorca)
En 1959 Joan Miró compró, gracias al premio que recibió del Museu Guggenheim de Nueva York, la posesión de Son Boter, contigua a Son Abrines, donde instaló un taller de grabado y dejó numerosos grafitis estampados por las paredes. La Fundación Pilar y Joan Miró en Mallorca es fruto de la última voluntad de Joan Miró. Se constituyó en 1981, cuando el artista y su esposa donaron al Ayuntamiento de Palma los talleres y su contenido, formado principalmente por pinturas, collages, obra gráfica, esculturas y bocetos. El edificio Moneo, proyectado por el arquitecto Rafael Moneo, fue inaugurado en 1992 con el objetivo de acoger la sede de la Fundación, exponer de forma rotatoria una selección de pinturas, dibujos, obra gráfica y esculturas de Miró y acoger muestras temporales dedicadas principalmente a los jóvenes artistas. (texto extraído de mallorcaweb.com)
El aire se insinúa con olor a limón y naranjo, las nubes viajan rápidas e hinchadas en un azul resplandeciente, y van cubriendo, poco a poco, el azul con su presencia. El viento silba furioso buscando rendijas por las que colarse, húmedo de brumas marinas. Avanzan la tarde, las sombras, la llovizna. Dentro del noble edificio, la presencia intangible de los monjes cartujanos se hace sentir. Los pasillos de techo abovedado devuelven el sonido sordo de pisadas pasadas. Las celdas son de gruesos portones de madera y amplio agujero de cerradura para el llavón, tras el que acecha un ojo indiscreto, inquisidor.
Pronta es la caída de la noche invernal, oscura, fría, silenciosa, y en ese silencio se extienden las notas del piano de Chopin, amortiguadas por los anchos muros de arenisca.
El moho trepa tenaz e imperceptible por las paredes, la enredadera del jardín se asoma a la ventana; tras la enredadera, la niebla cae húmeda y espesa sobre Valldemossa. Más allá del monasterio, el pueblo de casitas de piedra, impregnadas de esa niebla oscura que se ha adueñado del paisaje, que se ha tragado todo el valle. Los payeses, junto a la hoguera de sus chimeneas, comparten sus recelos hacia los extraños visitantes y alimentan sus leyendas.
En el invierno de 1838, llegaron a Mallorca el compositor Frédéric Chopin y la escritora Amandine Aurore Lucile Dupin, George Sand, acompañados de los dos hijos de esta. Los motivos del tortuoso viaje fueron debidos a las recomdendaciones del médico del compositor, que les aconsejó el clima de la isla para ayudar a recuperar la frágil salud de Chopin. Por aquel entonces la ciudad de Palma apenas disponía de alojamientos para visitantes, el turismo era prácticamente inexistente, y el compositor y sus acompañantes se alojaron en Son Vent(Establiments), una casa de campo a las afueras de Ciutat. Pocos días después fueron expulsados de la finca, debido a que el dueño de la "possessió" intuyó que el mal que aquejaba a Chopin tenía un temible nombre, tuberculosis.
El 15 de diciembre se instalaron en la Real Cartuja de Valldemossa, un pueblo situado en la hermosa Sierra de Tramontana, donde permanecieron hasta el 12 de Febrero de un invierno crudo y lluvioso mallorquín. El rechazo de los habitantes hacia ellos ha quedado reflejado en la obra de George Sand, "Un Invierno en Mallorca" donde la escritora "que vestía como un hombre" describe el paisaje que les acoje como uno de los más maravillosos que jamás había visto. La salud de Chopin se resintió entre los antiguos muros del monasterio. Aún así, y a pesar de su delicado estado de salud y sus ataques febriles, no dejó de componer en su piano, un Pleyel que se hizo traer contra viento y marea y que aún se exhibe hoy en la celda nº 4 de la Cartuja de Valldemossa, un pueblo donde hoy se venera al artista.
"Todo cuanto puedan soñar el pintor o el poeta lo ha creado la naturaleza en este lugar". George Sand.